lunes, 9 de septiembre de 2019
Epístola a un corazón descosido
Una piedra, y depués dos.
El caminito de tierra todo entero se desdice ante mis pies que agarran la carrera como pueden.
Llego hasta el río y ahí me quedo mirando el agua.
Sumerjo un poquito los pies y me quedo sentado en la orilla.
Acaricio la corriente con la mano y me pregunto hasta dónde llegará.
Me vuelvo viento en un suspiro y me pierdo con el río en la distancia.
El sol que cae me abraza al tocar el agua.
Me vuelvo luz y continúo mi carrera por el cielo.
Saludo a las aves que cantan en sus idiomas misteriosos.
Por un breve momento entiendo algunas palabras y de las demás ya ni me acuerdo.
Me vuelvo olvido.
Me vuelvo olvido y caigo en la oscuridad. Agarro la carrera como puedo.
Me vuelvo sombra y el sol me regresa al camino.
Me vuelvo tierra y ahí me quedo, un rato largo, creo.
Me vuelvo flor. Hoja, pétalo. Recuerdo.
Me marchito y me vuelvo historia. Palabra.
Me vuelvo tiempo y agarro la carrera como puedo.
Me vuelvo latido y tambor. Pulso. Canción.
Me vuelvo baile y madera.
Me vuelvo barco y regreso al mar.
Me vuelvo lluvia y me acuerdo de ti.
Me vuelvo tormenta y calma, rayo y amanecer.
Me vuelvo sal.
Llego a la orilla y me quedo pegado en una piedra.
Me vuelvo arena. Un montón de arena. Me pierdo en mí mismo.
Me vuelvo duda. Y ahí me quedo, un rato largo, creo.
Me vuelvo nada y agarro la carrera como puedo.
Me vuelvo silencio y pausa. Me vuelvo misterio y magia.
Me vuelvo fuego y vuelvo a bailar otra vez.
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